Una verdadera búsqueda
Un silencio, inquietante y feroz recorrió las paredes; pero el alma del ente absorto de toda existencia “común”, pareció a gusto con semejante ataque de susurro mudo.
A su interior, en escondrijos de semejante laberinto para un ser de poco entender, recorría el ente su alma con mucha facilidad, como quien recorre calles para llegar a su casa. Inefables paredes para un relator sin experiencia, cuyas eternas paletas coloríficas no divulgaban en el tedio del mundo actual, cuya sensibilidad suponía ir más allá que un simple brotar de una flor en el alba.
Eran bosques con colores que no podía ver, puesto que recurrí a extranjeros sentimientos que no suelen recorrer ni mi mente ni mi cuerpo nervioso; cerré los ojos y visualicé mejor.
Un estado que no va ni propenso ni cercano al budismo, ni a la niñería caprichosa del nirvana. No es un encontrarse consigo mismo, sino un eterno buscar de lo que realmente somos y no queremos.
No forma parte de un placer, ni cosa cercana a un vulgar sentimiento.
Es encontrar praderas llanas cubiertas de armoniosas cánticos, derramados con abigarrados e inescrutables senseres, que llamaría a los verdaderos sentimientos de un ser que recorre lejos la “supuesta conciencia humana”. En un dominio vulgar: “abrir los ojos; algo más allá que un simple paisaje lleno de verdor, flores, y lágrimas de noche”.
A su interior, en escondrijos de semejante laberinto para un ser de poco entender, recorría el ente su alma con mucha facilidad, como quien recorre calles para llegar a su casa. Inefables paredes para un relator sin experiencia, cuyas eternas paletas coloríficas no divulgaban en el tedio del mundo actual, cuya sensibilidad suponía ir más allá que un simple brotar de una flor en el alba.
Eran bosques con colores que no podía ver, puesto que recurrí a extranjeros sentimientos que no suelen recorrer ni mi mente ni mi cuerpo nervioso; cerré los ojos y visualicé mejor.
Un estado que no va ni propenso ni cercano al budismo, ni a la niñería caprichosa del nirvana. No es un encontrarse consigo mismo, sino un eterno buscar de lo que realmente somos y no queremos.
No forma parte de un placer, ni cosa cercana a un vulgar sentimiento.
Es encontrar praderas llanas cubiertas de armoniosas cánticos, derramados con abigarrados e inescrutables senseres, que llamaría a los verdaderos sentimientos de un ser que recorre lejos la “supuesta conciencia humana”. En un dominio vulgar: “abrir los ojos; algo más allá que un simple paisaje lleno de verdor, flores, y lágrimas de noche”.